Prof. Dr. Miguel Ángel Manzur (1918-2012)
Revista Methodo: Investigación Aplicada a las Ciencias Biológicas. Universidad Católica de Córdoba.
Jacinto Ríos 571 Bº Gral. Paz. X5004FXS. Córdoba. Argentina. Tel.: (54) 351 4517299 / Correo:
methodo@ucc.edu.ar / Web: methodo.ucc.edu.ar | SEMBLANZA Rev. Methodo 2023;8(1):48-50.
no solamente libros de medicina, sino también de
historia y arte, especialmente pintura.
Hablaba con fluidez alemán, francés y árabe.
Ejerció la medicina y la docencia universitaria
hasta los 90 años.
Falleció el 22 de diciembre de 2012 a los 94 años
de edad, su última voluntad fue ser sepultado con
su guardapolvo blanco, cuyo bolsillo superior tenia
bordado “Prof. Dr. Miguel Manzur”.
¿Cuál era su concepto de la educación médica?
“Sostuvo siempre el concepto que el aprendizaje y
la acumulación de conocimientos y
experiencias en Clínica Médica tienen dos
fundamentos básicos y esenciales:
la actualización permanente y,
la enseñanza a la cabecera del enfermo.
Afirmó que la experiencia en el internista se
fundamenta no solo en los aciertos diagnósticos
sino también de los errores cometidos.
Defendió fielmente la elaboración de una correcta
y lo más completa posible Historia Clínica.
Durante su larga actividad docente fue testigo de
las deficiencias, groseros errores y grandes vacíos
en el aprendizaje clínico.
Consideró que para asumir el delicado compromiso
de enseñar Clínica Médica se debe contar con
Hospitales adecuados y provistos de los
instrumentales modernos necesarios para un
correcto diagnóstico.
Fomentó como una necesidad en el aprendizaje la
colaboración de profesionales expertos en otras
áreas de la medicina.
Finalmente, consideraba como una condición “sine
qua non” las experiencias que se adquieren en
los ateneos Anátomo – clínicos”
1
.
¿De vocación se nace o uno se hace?
“Mi vocación por la Medicina Clínica, conocida
también como Medicina Interna recién afloró
cuando yo cursaba el 4° año de mi carrera, año en
que comencé a asistir como practicante a la sala 8,
de mujeres del Hospital Nacional de Clínicas, cuyo
profesor titular era el eximio internista y
cardiólogo, el Dr. Gregorio Martínez.
Allí me conecté con médicos talentosos que me
enseñaban la medicina siempre al lado del enfermo,
método de aprendizaje y de acumulación de
experiencia que mantuve siempre como docente.
¿Se preguntarán ustedes sí mi ingreso como
alumno a la Facultad de Medicina fue por
vocación? No. Cuando en aquella época, la década
del 30 del siglo pasado, terminado el bachillerato,
al estudiante le ofrecían tres caminos: o ser
abogado, o ser médico, o ser ingeniero civil.
Y aquí viene lo anecdótico. Nunca pretendí ser
abogado, y por tanto debía seleccionar o Medicina
o Ingeniería Civil. En el 6° año de mi bachillerato
en el centenario Colegio Nacional de Montserrat,
enseñaba Matemática Superior el Ingeniero Julio
de Tezanos Pinto, que era a la vez Decano de la
Facultad de Ingeniería. Como yo había obtenido en
todas las pruebas y en el examen final el promedio
más alto, 10 puntos, Tezanos Pinto me aconsejaba
muy a menudo, que yo debía ingresar a la Facultad
de Ingeniería. En 1938, después de cumplir los tres
meses de enero, febrero y marzo con el Servicio
Militar como aspirante a oficial de la reserva, como
era la disposición oficial en aquella época para los
estudiantes, justo el primer día de abril llené la
solicitud de ingreso a la Universidad, sin definir a
que facultad quería ingresar.
Con la solicitud me dirigí a la Facultad de
Ingeniería. Allí en un aula se estaba tomando
examen de Algebra Superior, materia del primer
año. El tribunal lo integraba el Ingeniero Centeno
a quien lo conocíamos en el Monserrat como la
“vieja Centeno”, de carácter avinagrado y muy
exigente. El otro miembro, un profesor cincuentón
y algo obeso, miembro de la Sociedad de Córdoba,
a quién conocían los estudiantes como el “cabezón
Deheza”. Ambos se paseaban por el aula, repleta de
alumnos, mientras casi al mismo tiempo se dirigían
al pobre estudiante que estaba rindiendo con estas
palabras poco estimulantes: “borre, eso está mal”.
El estudiante con el rostro de un condenado a
muerte, borraba con una mano y con la otra
limpiaba su frente, muy transpirada, con su
pañuelo.
Todos sus compañeros, sentados, observaban la
escena y sus rostros hacían recordar a los que se
veían antes, hace muchos años, en los velorios de
Córdoba.
Ese espectáculo me impactó. Di media vuelta y me
dirigí a la Secretaría de la Facultad de Medicina,
ubicada en esa época en un caserón en la calle
Caseros, Frente al Rectorado y a la Facultad de
Derecho, donde presenté mi solicitud de ingreso, y
desde entonces comenzó la otra etapa de mi vida
donde recién reconocí mi vocación.”
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Mi vivir y sentir con el Profesor Manzur, en
primera persona.
Lo conocí cuando cursé Semiología en el año 1962.
La materia se dictaba en el Hospital del Valle en el
Barrio Aeronáutico.
Sus clases teóricas eran muy esperadas, en tiempos
de tiza y pizarrón. El desarrollo ordenado, basado