aporte de diferentes actores a los fines de alcanzar
una respuesta de calidad. Por otra parte, una
asociación con la comunidad externa y su entorno,
precisando los alcances deseados del vínculo, los
logros esperados y el tiempo oportuno para
alcanzarlos. También se plantean estándares de
calidad para la asociación y para la transformación
de la realidad fruto de la iniciativa de proyección
social, propiciando soluciones integrales y logros
a nivel de desarrollo humano, lo cual dista de
meros aportes a situaciones coyunturales o
asistemáticas.
Es por ello tan necesario preguntarse y discernir en
cada momento histórico cuál es el papel
transformador que puede ejercer la universidad en
la realidad social concreta en la que se encuentra.
La universidad puede adquirir de este modo una
determinada proyección social, por medio de la
cual ha de “convertirse en una fuerza cultural, que
defiende y promueve la verdad, la virtud, el
desarrollo y la paz en esa sociedad”
15
.
La docencia y la investigación son dos tareas
esenciales y medulares para cualquier institución
de educación superior, que, a través de esta
política, no se plantean de manera desarticulada
con una tercera función esencial (por propia
decisión institucional): la proyección social. La
generación del conocimiento y su transmisión
poseen un sentido de trascendencia mayor cuando
pueden ponerse al servicio de la búsqueda de
soluciones para dar respuesta a necesidades
sentidas a nivel comunitario. Es de notar que se
intenta garantizar desde lo enunciativo el logro de
este objetivo, con alcances que beneficien tanto a
los alumnos como a la comunidad externa. Y en el
caso de los estudiantes, se centra la atención en dos
dimensiones de formación: personal y académica.
En cuanto al primer aspecto, la formación personal
de los estudiantes, es de vital importancia la
vivencia de experiencias en contextos de
vulnerabilidad social. El abismo de la desigualdad
en la que se encuentran muchos de los alumnos,
impide que los que mejor viven puedan tener
experiencia de la pobreza en la que se halla sumida
gran parte de la población mundial y de nuestro
país. Sin embargo, es necesario asomarse a esas
realidades de pobreza y exclusión para caer en la
cuenta de su existencia y así, cuestionarlas
vitalmente y con reflexión crítica.
De ahí la importancia de que los alumnos
dispongan de experiencias de contacto y servicio a
comunidades vulnerables, para conocer su
realidad, no solo de forma teórica, sino vital. La
transformación ética y de valores se nutre del
hecho fundante de salir de uno mismo, reconocer
al otro y afirmarlo como persona. La tradición
ignaciana enseña que ningún cambio sustancial
sucede en la persona si no hay una transformación
de la propia sensibilidad. Son este tipo de
experiencias las que pueden contribuir a este
cambio profundo de la orientación del alumno. “La
implicación personal en el sufrimiento inocente, en
la injusticia que otros sufren, es el catalizador para
la solidaridad que abre el camino a la búsqueda
intelectual y a la reflexión moral”
9.
Un cuestionamiento frecuente es por qué
concentrar esfuerzos en poblaciones vulnerables.
Promover la justicia conlleva una preocupación
primaria por los pobres, defendiendo sus derechos
y reorientando hacia ellos los flujos de bienes
materiales, culturales, espirituales que benefician
de modo constante y preferente a las minorías
privilegiadas. La educación universitaria puede
contribuir a este proceso de defensa de los pobres,
o, por el contrario, ser un instrumento más de los
procesos de crecimiento de la desigualdad, pues
siempre corre el “riesgo de concentración del
saber, exclusión de los débiles y agrandamiento de
las diferencias”
8
.
La universidad es consciente que este tipo de
experiencias corre el riesgo de transformarse en
excursiones a la pobreza o convertirse en una clase
de turismo social en el que el contacto no vaya más
allá de una actividad anecdótica sin consecuencias
para la persona. En ocasiones puede convertirse en
una más de las numerosas experiencias que el
estudiante consume. Es necesario tener en cuenta
este riesgo para afrontarlo en la práctica. Se debe
tener en cuenta que una verdadera experiencia que
pueda contribuir a la formación personal y humana
de los estudiantes sucede cuando es sostenida en el
tiempo, tal como se enuncia en la política de
proyección social de la UCC.
Para no correr este riesgo, las iniciativas deben
desarrollarse bajo algunas condiciones: en primer
lugar, deben integrarse en la propuesta académica.
Para ello deberán estar supervisados por profesores
experimentados que dispongan de los
conocimientos necesarios en las áreas en las que
trabajen los estudiantes, no sólo para capitalizar un
aprendizaje disciplinar de calidad, sino para
enseñar a aprender en contextos variables, nutrirse
de la realidad y acercarlos a la futura vida y
responsabilidad profesional.
En segundo lugar, las experiencias de proyección
social deben animar a los estudiantes a compartir
sus vivencias, las dificultades que encuentran y los
cuestionamientos vitales que afrontan a través de
espacios para la reflexión conjunta. Es probable y
deseable que algunos alumnos comiencen de
forma espontánea procesos de discernimiento
sobre su futura orientación profesional. En esas
circunstancias es de gran ayuda que haya personas
preparadas y capaces de acompañarlos.
También es preciso que los alumnos ejerciten su
capacidad para la lectura del propio mundo interior
con sus sentimientos y emociones, una práctica
característica de la espiritualidad ignaciana. Por