en torno al paciente y su circunstancia, más que en el producto (medicamento), cuya calidad, seguridad
y eficacia son demostradas y garantizadas.
Un aspecto a considerar en el abordaje del tema es la motivación. Los verdaderos motivos por
los cuales la industria farmacéutica se aventura a la investigación pueden ser múltiples. Desde fines
puramente comerciales y económicos influenciados por el mercado, de posicionamiento del laboratorio
o de la marca, hasta altruistas en la búsqueda de verdaderas soluciones ligadas a la salud. Salud, que en
el contexto actual es cada vez más global, lo cual puede incluir un círculo virtuoso desde la mirada de la
industria.
Es justo considerar que la disponibilidad de recursos es una limitante sustancial a la hora de
plantear proyectos de investigación. Este problema prácticamente no existe para los grandes exponentes
de la industria farmacéutica. También existen ejemplos para mencionar dentro de los no tan grandes,
como ocurrió a nivel local con el desarrollo de un ibuprofeno nebulizable. Sea cual fuere el caso, este
aspecto puede justificar por qué el protagonismo de los laboratorios alcanza muy buenos indicadores en
los aportes vinculados a la producción del conocimiento.
Otro elemento esencial es el aspecto ético de cualquier investigación, más aún las vinculadas a
proyectos cuyos resultados puedan afectar la salud humana. Desde esta mirada no son pocos los
cuestionamientos a lo largo de la historia, y la verdadera efectividad de los organismos de control. Aquí
aplican las cuestiones bioéticas de la investigación, y la manera que se conducen los laboratorios a la
hora de comercializar sus productos en un intento de recuperar con creces las inversiones en I+D+i que
realizaron.
Cabe destacar en todos los casos, que las autoridades de aplicación y la legislación en cada uno
de los países debieran marcar la cancha dentro de las reglas de juego posibles. Reglas, que tienen
prácticamente un común denominador en la aldea global.
En conclusión, al margen de la motivación, los recursos que se dispongan, y por supuesto, dentro
de lo éticamente aceptable, puede plantearse a nivel general la posibilidad de una asociación donde todos
ganan. La ciencia encuentra nuevos caminos posibles y soluciones hasta el momento no exploradas; la
industria se beneficia comercialmente y se reposiciona como esencial (más aún en épocas tan críticas
para la salud pública como la actual); el estado encuentra posibles recursos para lograr mejorar la
asistencia sanitaria a través de nuevas herramientas (aunque una vez más, en lugar de reforzar los pilares
de la promoción y la prevención en salud, se sigue engrosando el presupuesto ligado a la asistencia
sanitaria); la academia encuentra una manera efectiva de no encerrarse en sí misma como “templo del
saber” para que la balanza de la investigación se equilibre entre la denominada “pura o básica” y la “
aplicada”; y la población puede de alguna manera esperar con expectativas, que la esperanza de vida
alcance nuevos niveles.
En este mundo global, y al mismo tiempo marcado por tantas desigualdades, sería importante
asegurar no sólo avances científicos, sino una distribución diferente, para que el acceso a ellos no sea
restrictivo de los sectores más desarrollados o con mayores recursos. Pero este aspecto, justamente